Puchuncaví, ¿y las casas?

Pedro Serrano, Presidente Fundación Terram. Columna publicada en Comunidades La Nación, diciembre 2011.


Cuando estalla el asunto de contaminación por gases de la escuelita La Greda, estalla porque ya era demasiado, porque no era la primera vez, y no fue la última. Quedó claro que el asunto era más profundo que los eufemísticos “episodios”. Era físicamente más profundo, estaba en el suelo, el polvo y bajo el suelo. Tantos años de contaminación no iban a estar sólo en el aire. La contaminación estaba arraigada al suelo donde por años jugaban los niños, estaba en el polvo de las salas, era inherente y acumulada por años en el lugar. Un documento del 7 de octubre pasado, revelado por El Mostrador a fines de diciembre, indica que 14 escuelas de Puchuncaví tienen en su suelo plomo, que también hay presencia de cadmio, cobre, cromo, níquel, arsénico y zinc; metales pesados, nada de llevaderos para la salud, que el cuerpo no metaboliza y suele acumular por dosis durante la vida, sobre todo por razones de crecimiento y actividad, durante la infancia. El cáncer se desarrolla por dosis diarias durante la vida y es difícil al final, asegurar que trazas de tal o cual metal pesado, salido de tal o cual chimenea, son las culpables de la enfermedad. Este es además el argumento técnico-siniestro más usado de la defensa empresarial.
Sin embargo, el tema de esta columna es otro, o una extensión del mismo: la población de esas localidades, padres, madres abuelos y tíos, vive en el mismo suelo que las escuelas, las polvaredas son las mismas y el polvo acumulado en entretechos, estantes y anaqueles y huertos es exactamente el mismo. Los habitantes mayores han corrido, corren y correrán los mismos riesgos de respirar metales pasados que sus hijos en las escuelas. El polvo está también en las hortalizas, la fruta, las gallinas, las vacas y en todo lo que respiran y comen los animales domésticos. Los conejos salvajes con hígado verde malaquita son viejos conocidos de las localidades. No hay que olvidar y tampoco evitar mencionar que el mismo riesgo que corren los desafortunados niños de las escuelas, lo corren absolutamente todos los habitantes humanos del territorio, sobre todo aquellos que llevan en el lugar toda su vida. Descontaminar las miles de hectáreas de suelo, sobre todo a las profundidades necesarias, resulta una tarea titánica casi inabarcable. Sin alterar además la habitabilidad del territorio, habría que evacuar. Como dije en columnas anteriores la maldad industrial ya está hecha.

El territorio ha generado miles de millones de dólares para bolsillos que no viven precisamente allí. Grupos empresariales nacionales y extranjeros que saben perfectamente lo que hacen y han estado haciendo y que además, saben que no hay plan de descontaminación real posible ni lágrimas de cocodrilo que sean técnicamente posibles de creer. Evacuar ahora las industrias no llevará a nada, el territorio entero está ya sacrificado. Llevar las industrias otro lado es trasladar la desgracia a otros territorios. Solo se las puede apretar para que sean más limpias y paguen las vidas ya tomadas, los destrozos y el valor físico y emocional del territorio…Si las industrias dejasen de contaminar ahora, el territorio ya está hace rato perdido. Lo de las 14 escuelas no pasó precisamente la semana pasada. Evacuar a la población es doloroso, nadie quiere dejar su terruño, pero sanitariamente imperioso, es demasiada responsabilidad no hacerlo, sabiendo de antemano las condiciones de todo el territorio.

Los municipios saben, Ministerio de Salud sabe, el Parlamento de la República sabe. Los supuestos planes de descontaminación de las miles de hectáreas contaminadas, son una mala broma, para una solución intermedia mediática y llena de eufemismos y mentiras. Todo lo anterior parece exagerado y de muy mala leche, pero la ciencia indica hace rato, que es irremediablemente así.

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